Es la primera vez que se denuncia de forma pública la desaparición de Eladio Rivera Huertas. La entrevista se produce en la primavera de 2015 a petición de su hija, Adriana y el encuentro se lleva a cabo en el Parador de Ciudad Rodrigo. Hablamos con Adriana  Rivera Ullán, oriunda de Ciudad Rodrigo. Nació en 1925.


Eladio Rivera Huertas (nacido en 1881), el padre de Adriana, sufrió desde su más tierna infancia. La madre de Eladio murió muy joven y el padre se volvió a casar. A pesar de ser una familia adinerada, a Eladio le mandaron a cuidar cerdos desde muy pequeñito, dejando el colegio a los 10 años y medio. Lo que sabía lo sabía de él mismo, era autodidacta, un gran matemático, el cálculo mental lo hacía de maravilla. Eladio tuvo el coraje de escapar de esa vida precaria y se marchó a Barcelona de joven, donde se situó bien y consiguió hacerse con un capital colocándose como dependiente, donde aprendió el oficio de comerciante hasta que se vino a Ciudad Rodrigo y se estableció por su cuenta.

Eladio tenía afiliación política, iba a la casa del pueblo, era tesorero o secretario de la casa del pueblo, izaba la bandera. En la casa del pueblo acudía a las reuniones y tertulias que celebraban los hombres. No tenía ninguna actitud beligerante: era muy pacífico, muy educado, con muy poca cultura pero con una memoria bárbara y un saber estar increíble.


Teresa Ullán Bote (nacida en 1894), la madre de Adriana, era originaria del Bodón. El padre de Teresa era secretario del ayuntamiento en el Bodón, donde tenían una casa de planta baja con un jardín (dicha casa les sería incautada más adelante, entre los años 36 y 38, siguiendo las órdenes de un cabo o sargento de la guardia civil, quien finalmente se quedó con ella en propiedad).


Cuando se casó con Eladio, Teresa se dedicaba a sus labores (como todas las mujeres) y además cosía, confeccionaba ropa para fuera. Como Eladio era comerciante, montaron un comercio en Ciudad Rodrigo, donde se dedicaron a la venta de productos de mercería y lencería y perfumería.  Al principio vivieron en una casa subiendo la Colada y luego en la Rúa del Sol, y el comercio lo tenían en la calle Madrid. Finalmente se establecieron en la calle Dámaso Ledesma, ahora San Juan, con la tienda abajo y los dormitorios en el segundo piso.


Eladio y Teresa tuvieron cuatro hijos, dos chicas y dos chicos. Ninguno de los hermanos cursó estudios superiores. No era una familia escéptica, pero practicaban, poco, iban a catequesis, seguían la rutina de todo el mundo. Teresa sí era más practicante y rezaba el rosario a diario y tenía dos primos carnales que eran religiosos, el tío Benito y la tía Lorenza.


En la casa de Adriana todos leían mucho. Les gustaban las novelas de aquella época, de Víctor Hugo como los Miserables, también leían a Benito Pérez Galdós. Su hermana adoraba las novelas de Rafael Pérez y Pérez, cómo Madrinita Buena. Tenían una criada de toda la vida, Ignacia, parece ser que era del Bodón, quien antes había servido en otra casa, quedando embarazada del hijo del dueño. El ama no se sabe que hizo con ese hijo y ella se fue a vivir con la familia de Adriana, quedándose con ellos toda la vida. Era una segunda madre para ellos, les quería mucho, hasta les lavaba los pies en un barreño de zinc.


En el barrio, la familia de Adriana se relacionaba con los vecinos, sobre todo con Don Ramón Morales, párroco la parroquia de San Pedro en el Campo del Trigo, y su hermana Joaquina, que vivían al lado. También con Pepe (Etreros) y la familia (su abuela, su padre, su madre , su tío), con los demás se saludaban cordialmente.


Del año 1931 Adriana recuerda que vivía tranquila, como todas las niñas de 6 años, jugando y yendo al colegio. Estudiaba en una escuela pública en la Plaza del Conde, la Casa de la Tierra, actualmente Casa de Cultura. Su maestra, María, era muy severa, muy estricta en la gramática, no permitía ni una sola falta de ortografía. Gracias a ella pudo formarse bastante bien. No fue al instituto, no hizo estudios superiores pero aprendió a escribir perfectamente.


En el colegio se estudiaba historia, geografía, y gramática. No estudiaban idiomas. A ella le gustaba sobre todo la conjugación de los verbos. Hacían algo de gimnasia. Hasta el 36 no eran muy estrictos en cuanto a disciplina aunque sí existía el castigo corporal, golpeando con la regla sobre los dedos. No se estudiaba religión dentro de las aulas, tampoco se rezaba, ni al inicio ni al final de las clases.


De las actividades de ocio al aire libre, recuerda que en verano, cuando hacía calor, bajaban a la Moretona a bañarse. Los chicos jugaban al fútbol. Su hermana pasaba el tiempo cosiendo en casa haciendo punto, algún jersey. Los domingos iban a misa de 11 en la Tercera Orden y a tomar el aperitivo en la Plaza Mayor, luego comían en casa. Más adelante, cuando tenía 16 o 17 años, había un baile de sociedad en El Café Moderno, donde se iba a bailar con invitación.


Recuerda que por las noches se cerraban las puertas de la ciudad: Registro, Palacio del Obispo, Puerta del Conde. Durante el día se podía salir libremente pero había un consumero en el registro a quien había que declarar las entradas y salidas de mercancías: garbanzos, patatas, tripas de la matanza… ya que había relaciones con Portugal y la mercancía podía provenir del contrabando. De las diferencias sociales, Adriana recuerda bien esa división entre ciudad-arrabal y entre pobres-ricos. La gente pensaba que eran inferiores los del arrabal, pero tanto Adriana como su familia se llevaba bien con la gente del arrabal.


De hecho, como no existían los sindicatos ni había seguro obrero, Adriana solía acompañar a su padre al arrabal, para ayudar a las familias de obreros sin trabajo, entregándoles garbanzos, un trozo de tocino, algo de la matanza, lo que tuvieran en casa. Un maestro en el puente  también ayudaba a los obreros y le mataron, ya que no querían que hubiera cultura.


En el año 36 antes hubo un detonante, hubo una revuelta y un muerto, pero no recuerda quien mato a ese señor. Los Domínguez montaron una trifulca y culpabilizaron a otro y se fueron a vengar y cobraron con creces la venganza. No fue un asesinato en realidad, algo premeditado, alguien dio un tiro al aire y se le fue de las manos.


En las vísperas del alzamiento, el ambiente que se respiraba era de miedo. Antes de que ocurriera nada en Ciudad Rodrigo se rumoreaba que había una lista negra encabezada por los de izquierdas y que planeaban la quema de iglesias con los curas y las monjas dentro, pero no era verdad, no había dicha lista negra, fue una pura calumnia.


El momento de la rebelión militar se vio venir: lo vivieron de una manera espectacular, porque estaban paseando por la muralla, su madre su hermana y ella y vieron muchos camiones cerrados con toldos que se rumoreaba que traían armamento, que venían de Portugal y fueron para Salamanca sin parar en Ciudad Rodrigo. Hubo una reunión de militares antes del 18 de julio en el parador, pero no se sabe con certeza quienes ni cuantos se reunieron.


No se organizó autodefensa ya que los falangistas eran más fuertes. Se supone que había personas con armas de fuego, ya que mataban a la gente, pero no se sabía dónde. La gente tenía escopetas de caza ya que se cazaban jabalíes, pero  no salían a la calle con las armas.


No sabían que detendrían a su padre. Fue de la noche a la mañana. De hecho  le habían propuesto marcharse a Portugal porque militaba en un partido de izquierdas, izquierda republicana, pero él dijo que no tenía que huir, ya que no tenía las manos manchadas de sangre. No pensaron que fuera a ocurrirles nada. Tampoco el alcalde republicano Gascón se fue, quien también se negó a huir, ya que no tenía nada que ocultar, y le mataron. Tal vez su madre sabía algo pero no dijo nada a sus hijos, eran muy pequeños.


Eladio fue detenido a los pocos días de estallar el movimiento, si estalló el 18 pues sería el 22 o el 23. Fue por el día porque estaba en el comercio, lo fueron a buscar, dijeron que le llevaban porque el comisario quería hacerle unas preguntas. No le volvieron a ver.


Tal vez hubiera un trasfondo económico en la detención de Eladio, ya que vendía en exclusiva las lámparas (las lampillas) de la luz, las bombillas y las madejas de los hilos de bordar. El otro comerciante que vendía las lámparas de la luz odiaba a Eladio porque vendía más y tenía la exclusiva. Este señor era falangista y tenía la tienda de las bombillas cerca de la muralla, en el campo del trigo al lado de una huevería.


Eladio pasó por el calabozo de la comisaria de la Plaza Mayor de Ciudad Rodrigo y de allí a la cárcel de Salamanca después de tres noches. En Salamanca estuvo haciendo una vida normal con los demás presos. Había uno que los dirigía un jefazo que se llamaba Mayorga, que era tan mala persona, que con un cubierto los presos le mataron.


Eladio, por medio de un falangista mando 10 céntimos a cada uno de los hijos para comprar caramelos pero no escribió ni nada. En la cárcel de Salamanca se encargaba de la biblioteca. Fue compañero de don Antolín Núñez que tenía una joyería en calle la Rúa, quien salvó la vida porque estaba muy bien relacionado, salvó la vida, salió de la cárcel, pero le exiliaron del otro lado del río, de modo que si la familia le quería ver les obligaban a cruzar el río en barca.


Eladio decía que estaba bien, que comía bien, tenía actividades, cuando otras mujeres iban a visitar a sus maridos a la cárcel traían noticias. Teresa sí lo pudo ver una vez una última vez, fue con los dos pequeños a verle a Salamanca. Adriana no le vio nunca más, y recuerda que las noches sin él fueron muy angustiosas porque sabían que era una buena persona y que él tenía mucho miedo a la muerte violenta.


Eladio estuvo hasta el 8 de diciembre en la cárcel, día en que le sacaron, a las 2 de la mañana y ese día “desapareció”. Dicen que salió gritando de la cárcel diciendo como se llamaba que tenía cuatro hijos y un comercio en Ciudad Rodrigo y le callaron a culatazos, y ya montó en el camión sin conocimiento.


Había mujeres de presos que hacían guardia y se turnaban cada dos horas, para saber a quienes sacaban por eso los presos gritaban los nombres. No hubo ningún juicio ni sentencia: les sacaron en grupo de la cárcel y al bajar del camión les asesinaron. En el camión iba algún cargo público y un chico joven que era pastor anglicano.


A Teresa le mandaron toda la ropa en el coche de línea, Eladio se fue con babuchas, ni zapatos se puso, ni bufanda, porque sabía que no iba a volver. La ropa es lo único que recibieron, sin ninguna información. Adriana pensaba que su padre venía detrás y salió corriendo. El chico que traía la ropa era un recadero y le dijo: niña, entra dentro que tu padre no viene más. Adriana lloró, Teresa ese día no lloraba. Unos días más tarde una señora de Salamanca les escribió diciendo como  había pasado todo, que le habían sacado en un grupo de 9 pero sin saber qué destino llevaban.


El luto de una viuda sin un muerto a quien llorar fue durísimo: Teresa no figuraba como viuda. Su marido había desaparecido así que ella no se podría haber casado si hubiera querido, no lo pretendió nunca tampoco. Se vistió de luto riguroso desde el principio, ya que enseguida lo dio por muerto, y estuvo 10 años, primero con un manto entero los primeros cuatro o cinco años y luego manto medio que cubría hasta los hombros. Hubo críticas y comentarios irónicos a su alrededor, incluso había un Coronel que vivía en su calle que le decía que guapa está usted, Doña Teresa. Era una mujer joven, tenía 44 años y 4 hijos a cargo. En la familia, ellos hablaban con mucha tristeza, les prohibían las visitas, su casa estaba marcada.


A partir del año 36 se prohibió el uso del rojo, el color era abominable. A ellos varias veces les pusieron multa en el comercio: una de las veces fue la policía con la guardia civil a registrarles el comercio, porque vendían corbatas rojas, al igual que frascos de colonia, calcetines y medias y les encontraron las corbatas y se las requisaron, y les pusieron una multa de 100 pesetas y les cerraron la tienda por un mes. Sería en el año 38. Las represalias económicas continuaron, cerrándoles la tienda de vez en cuando y multándoles a la menor, siempre había algún pretexto, porque hacían cosas malas desde el punto de vista de los militares, cualquier cosa.


Durante esos días había mucha policía y muchísimo miedo. Después de estallar el movimiento recuerda que había un coche al que llamaban el coche fantasma, que tenía un claxon y cada vez que pasaba por la ciudad sonaba la melodía (donde vas con mantón de manila) y se preguntaban cuantos y quienes habrían caído esa noche.


Si pasabas por la plaza donde tocaran la música nacional, había que pararse y poner la mano en alto y la policía les obligaba, incluso a los niños. Más adelante, se temía que les bombardearan decía la gente pero Adriana temía más la represión que había, porque iban a buscar a gente y desaparecían y ya no volvían más.


La eliminación sistemática sobre familias enteras no se produjo pero sí hubo represión. Al cabo de un año de llevarse a su padre, su madre fue encarcelada. La detuvieron de noche, mientras dormían, y fue a declarar acusada de recibir dinero de Rusia. A los tres meses y medio tuvo un ataque de urea y la tuvieron que sacar. Durante ese tiempo estuvieron solos en casa los cuatro hermanos e Ignacia, pero nadie fue a preguntar ni a interesarse por ellos.


Hubo gente del clero que participó en la represión: los frailes del Corazón de María, iban con un crucifijo grande colgado del cuello y acompañaban a los hombres y mujeres a quienes llevaban a dar el paseo, para estar con los presos y asistirlos cristianamente hasta que morían. Se rumoreaba que el obispo y su paje Blas eran mala gente y habían participado en denuncias, pero no se sabe con certeza. Al obispo le dio un síncope una vez, se puso enfermo y cayó en un muladar de un foso, cerca de la Glorieta y de la Florida y era tan mala gente que se escondió para ocultarse de la gente, ya que sabía que nadie le prestaría auxilio. Cuando murió la gente se acercaba a verlo sólo para confirmar su muerte.


Durante esa época todo era penalizado. Los falangistas se reían descaradamente de la gente: marcaban a aquellos que destacaban en algo (no todo el mundo ya que a pesar de todo había gente buena). El día a día era horroroso para la familia de Adriana, obligados a sufrir de manera impune agresiones continuas, por ejemplo les propinaban tortazos, le rompían cristales, les escupían y les llamaban rojos y comunistas.


Entre las compañeras del Colegio, a partir del año 1936, había una diferencia de trato abismal: a Adriana la marginaban. Había hijas de falangistas que se metían mucho con ella, eran muy crueles, desde muy niñas, la llamaban roja, comunista, le ponían la zancadilla, llegando Adriana a perder la paciencia y reaccionar valientemente a las continuas agresiones en una ocasión.


A los 14 años Adriana dejó la escuela y estudio mecanografía y taquigrafía. Hizo un intercambio con una señora cuyo marido estaba preso y le daba clases de mecanografía a cambio de lecciones de francés. No tenía por entonces intención de marcharse pero sí tenía ilusión por hablar un idioma que no fuera el castellano. No le gustaba la moda, pero sí la política. Muy hija de su padre, porque todo lo que él vivió ella lo vivía también.


Adriana antes de casarse trabajó de secretaria (taqui-mecanógrafa) en el comercio Baldomero, donde vendían zapatillas, cosas de cáñamo y artículos para el campo, en la plazuela de Béjar, cerca de la cooperativa. De esa época recuerda sus condiciones salariales y laborales: no estaba sindicada, le pagaban 100 y algo de pesetas al mes y hacia 8 horas de trabajo diarias.


Sobre la muerte de Eladio reinó un absoluto silencio. Les llamaron a los pocos años del banco de Domínguez porque tenían un “papel del estado” a nombre de su padre y Adriana fue con su madre y su hermana a recogerlo. Carlos Domínguez vino con el encargo, pero al ver que su hermana era el vivo retrato del padre, le resultó imposible y mandó a otra persona les entregara el documento.


Hasta que decidieron abandonar Ciudad Rodrigo, se vieron obligados a soportar un ambiente hostil. Mantuvieron relaciones de amistad con los Montero y los Etreros. También con familias que sufrieron la represión, como con la viuda del diputado Aristóteles. A esa mujer le prohibieron ir a casa de Adriana para visitar a Teresa. Y cuando le escribía su hija desde Ceuta, la pobre mujer no tenía a nadie que le leyera las cartas. Al final también a ella la encarcelaron.


Durante toda esa época y hasta que se casó Adriana vivió con temor de que vinieran a llamar a la puerta y se llevaran a su madre o a ella, ya que cuando las chicas eran un poco mayores estaban también expuestas a sufrir vejaciones: en Ciudad Rodrigo y en Salamanca les daban la purga de aceite de ricino, y les rapaban el pelo y las sacaban a pasear por las calles.


Adriana se casó a los 18 años, con un militar de Salamanca. Al marido de Adriana le había tocado el servicio militar y fue alférez, estuvo en frente, y le enviaron a Cuenca, fue herido de guerra, medalla al merito militar, al sufrimiento por la patria. Era el mayor de 6 hermanos y sus padres ya no vivían, así que,  aportaba un sueldo a las hermanas. Cuando conoció a Adriana, se encontraba en Ciudad Rodrigo haciendo maniobras como teniente del ejército de Franco. Un teniente que viene a enamorarse de la hija de un represaliado y asesinado.


Estaban muy enamorados y ella pretendía casarse a los 18 porque su novio tenía 10 años más. Así que se comprometieron, teniendo todo en su contra. En esos días, hubo una exposición en el Hotel Turismo (el actual Parador) de encaje de blonda y Adriana, como pretendía casarse, estaba muy interesada en asistir para ver todo eso. Le enviaron invitaciones para ver los encajes de novias y las blondas mientras le prohibían casarse, ya que no la consideraban digna de relacionarse y de alternar con las esposas de los coroneles y capitanes del ejército.


Al final se casaron, pero sufrieron toda una serie de penalidades, ya que no sólo no se pudo casar de blanco sino que además a él le denegaron el permiso para casarse con Adriana y al hacerlo le degradaron, le arrancaron las estrellas y le echaron del ejercito, le expulsaron de un día a otro.


Cuando Adriana se casó, las jóvenes estaban obligadas a ir a los comedores de auxilio social a ayudar haciendo las comidas. Adriana sin embargo estuvo exenta de cumplir con este requisito, y le emitieron el documento sin haber realizado el servicio social, al parecer se portaron bien diciéndole que ya había sufrido bastante.


Los recién casados se establecieron en Salamanca. El marido de Adriana era pintor como en esa época la gente hacía chaperones por su cuenta, él sacaba lo justo para pagar la droguería y los materiales, pero no sacaba para su familia. De hecho no le llamaban para trabajar porque estaban marcados. Incluso se presentó a un examen para Director de la Escuela de Artes y Oficios de Salamanca y no se lo dieron, se lo dieron al primer falangista que se presentó. Llegó un momento la situación se hizo insostenible y decidieron marcharse.


Teresa había comprado con los ahorros que tenía una casa en Barcelona y se estableció en esa ciudad. En Barcelona se defendía muy bien porque cosía estupendamente, cosía para dos o tres casas, iba a buscar la ropa en metro y volvía a casa a coser a máquina o a mano. Debía trabajar, ya que no tuvo pensión de viudedad. Con el producto de la venta de la tienda y lo que sacaba de la costura iba viviendo. Toda la familia de Adriana se instaló inicialmente en Barcelona, los hermanos, su hermana, la criada Ignacia, y Adriana y su marido, en el año 55.  


Los hermanos tomarían poco tiempo después camino del exilio: Adriana y su marido decidieron marcharse a Francia en el año 57 y se establecieron en París, su hermano Eladio también a Francia, su hermana a Bélgica y Pepe, el más joven, a Alemania, donde trabajó de capataz.


Adriana reconoce que ella vivía muy bien en París, en una casa grande con jardín, en un ambiente muy culto y cosmopolita, los niños eran felices, estudiaban, algo que en España no podrían haber hecho y se hablaba libremente. Adriana trabajó en Francia de manera no declarada, para ayudar a la economía familiar.


El matrimonio volvería a España con sus hijos en el año 78, tras la muerte de Franco y en un ambiente menos hostil, trasladándose a Salamanca, al Barrio de los Pizarrales, coincidiendo con la prejubilación del marido. Allí han vivido hasta ahora. La vuelta fue dura, para el marido menos, ya que estaba encantado de volver a su tierra y su familia. Después de la transición, se empezó a hablar más libremente, ya no había tanto miedo.


Incluso el silencio que se cernía sobre la muerte de Eladio comenzó a disiparse, aunque los datos de los que disponemos sobre su detención son escasos. No hubo ningún tipo de acusación en su contra para que fuera a declarar, nadie que le delatara o hablara mal de él. Le fue a buscar a casa la policía. Existe un registro en la cárcel donde figuran su nombre y apellidos.


En la declaración de herederos que se hizo  años después figura que Eladio murió de forma violenta no se sabe si en lucha con la fuerza pública o … puntos suspensivos. Esta es la triste historia. Tanto dolor tuvieron que sufrir que las vidas de toda la familia se vieron truncadas, obligados por las circunstancias a cambiar de dirección y a huir, refugiándose en otras tierras y siendo ahora, de nuevo, extraños en una tierra propia pero que tan hostil ha sido para ellos.


Adriana busca a día de hoy que se haga justicia, que este crimen se reconozca como tal y no quede impune, que se encuentren los restos de su padre y sean trasladados al Cementerio Civil de Salamanca donde están todos los asesinados por el franquismo y donde figura su nombre, pero faltan sus restos.


Esperanza... Protesta...

Nació la moza, en una tierra charra

Alegre y lozana, se sentía ella,

Hasta que un día, unos generales

Se levantaron en armas, hartos -decían ellos-

Que el pueblo pudiera un día trabajar la tierra:

¡No podemos tolerar tanta felonía!

Encarcelaron hombres, los torturaron.

Y después, los mataron; ¿no pedíais tierra?

Ahí la tenéis, ¡disfrutadla!

La tierra charra se viste de luto,

Gime y llora; la moza se siente amargada

Ya no se oyen risas ni cantos,

Sólo el ruido de botas pateando calles.

Aquello duró años, pero no pudo acallar

Un grito, ¡Libertad! Los muertos no hablan,

Pero sí sus hijos, y también sus nietos.

Adriana Rivera Ullán (escrito hacia 1947)